Mientras tanto...

El Tyrlin, que sirvió una vez al Rey Impostor como su siervo, estaba de nuevo como antaño, postrado ante él. Sus fuerzas estaban agotadas y las heridas sufridas le hacían saber que, aunque saliera de esa lucha, no duraría mucho. Frente a él, el propio Rey Impostor le apuntaba con su espada; dos Esenciales de Fuego esperaban tras el Terrano a que este pronunciase una orden, pero con un movimiento apenas perceptible, hizo que ambos se esfumasen en las corrientes esenciales.

— Mothma, viejo amigo. Sabes que nunca hubiera querido que sufrieras este destino, pero me has obligado a ello. —la voz de aquel hombre era oscura, como si hablase desde detrás de una pared, su rostro había cambiado desde la última vez que el Tyrlin le vió.
— Ja. —una risa seca salió de los labios del Tyrlin— Sabes de sobra que, desde que se me ocurrió invocar aquel Esencial para que destruyera el castillo de Gormath, me tenías entre ceja y ceja. Tenías miedo de que mi poder pudiera rivalizar con el tuyo.


Era verdad, el Rey Impostor vió en Mothma un duro oponente a su intento expansionista para controlar Geos. Por aquellos tiempos, el Rey Impostor no era más que un guerrero evocador, un Terrano más en Rissing que partió de aventuras junto a unos amigos para convertirse, como los héroes de las leyendas, en personas recordadas toda la vida.

Durante el viaje conoció a quien sería su mano derecha, el Tyrlin Mothma, juntos vivieron decenas de aventuras que les unieron como hermanos. Durante una de ellas, Karius, que así se llamaba el Terrano, descubrió unos papiros de la Era de las Sombras; en ellos narraban la existencia de un poder más allá de la comprensión, un poder que -controlado correctamente- otorgaría a su portador el poder de la Devoradora, convirtiéndole en su Avatar. Karius era un hombre muy arrogante, envidioso, y codicioso... y desde luego, no iba a dejar pasar la oportunidad de hacerse con algo así.

En secreto de su grupo, fue efectuando movimientos que le permitieron acercarse a su fin, y cuando estos quisieron darse cuenta, el poder de Karius era ya imparable. Dio la oportunidad a todo su grupo para unírsele, pero el ideal heroico de ellos hizo que el conflicto fuera inevitable; Karius acabó con todos ellos, salvo con Mothma, quien siguió a su lado. Los años pasaron y el poder de Karius era ya innegable, se hizo con un pequeño ejército y cambió su nombre al del Rey Impostor (Kar-Azdü en la lengua antigua); aquello fue el detonante para el mal que se ha extendido por Geos.

Guiado por una mano desconocida para él, el Rey Impostor fue conquistando Geos, acabó con imperios y civilizaciones enteras, razas fueron exterminadas por él y ciudades enteras fueron destruidas por el ansia de poder de este hombre. Pero entre la oscuridad surgió la luz y una antigua profecía emergió; Mothma fue su descubridor, aquello -unido al hecho de que el Rey Impostor quería acabar con él- le hizo huir y recluirse en una gruta donde estudió la profecía. Allí, de imprevisto, conoció a Maleena, una visitante de otro plano que decía venir para evitar la destrucción de Geos, y por consiguiente, de las realidades que convergían en el Árbol de la Vida.

Mothma y ella mantuvieron diversas conversaciones, siempre girando sobre el mismo punto: la existencia de un portador de las Esencias, un individuo capaz de albergar en si los poderes de los dioses y utilizarles para frenar el avance de Kar-Azdü y de la Oscuridad que le guiaba. Fue entonces cuando apareció una luz en el mapa de Mothma, ello -según Maleena- hacía entender que el portador había aparecido. Maleena fue la encargada de ir a dar el aviso al susodicho, pero poco se podía imaginar que se encontraría con un bebé y un grupo de aventureros bastante... peculiar.

El tiempo iba en contra de Mothma y de Maleena. Fue esta quien, bajo consejo del Tyrlin, dio el aviso al regente de Rissing para que ayudase al portador, pero los problemas se abalanzaban sobre el territorio terrano, pues el Rey Impostor, tenía fija su vista, en ese momento, sobre la que una vez fue su tierra. El regente terrano no pudo hacer nada por ayudar al portador, y como los anteriores, su territorio caía presa del avance del ejército de Kar-Azdü. El fin de esta contienda estaba cerca y Kar-Azdü sabía de sobra que, si quería triunfar, debía eliminar del tablero a su antiguo amigo; no sin dificultades encontró el lugar donde se escondía Mothma y, tras presentarse allí en persona y combatir contra él, llegó al momento que hace referencia el comienzo de este relato.

— Tienes razón, desde aquel entonces (incluso un poco antes) temí de tu poder. —el filo de la espada seguía cercano a la cara del Tyrlin, el cual notaba cómo se escapaba la vida de su cuerpo— Pero ahora, ya es insignificante. Ni tú, ni nadie, puede detener lo inevitable, ¡¡mi victoria!!

Y antes de que el moribundo Tyrlin pudiera decir nada, la espada brilló tras ser levantada y su cabeza rodó por el suelo al ejecutar el corte. En la gruta, el cadáver del Tyrlin, quedaría olvidado por siempre...

— ¿Acaso no entendéis, que no podéis vencer?

La voz de Krishtö, el lugarteniente del Rey Impostor, era seca; era un Tyrlin de luz que había vendido a los suyos por un lugar junto al que, según él, debía gobernar sobre todo Geos. ¿Acaso no entendían, aquellos que se oponían al futuro, que esto era lo mejor?

Kristhö levantó sus manos y gesticuló mientras recitaba el sello que acabaría con aquella discusión. De sus manos surgió un haz de luz que adoptó la forma de una esfera, la lanzó contra sus oponentes y, allí donde impactó, estalló con una fuerza devastadora. En aquel lugar, tras la explosión, no quedó nadie con vida.

Señor, hemos recibido un informe desde el oeste. El ejército felino se moviliza, señor.

Hacía dos días que había escapado con vida de su encuentro con aquellos denominados “héroes”, su Señor le había encomendado ir allí y esperar a que “alguien” apareciese para llevarse el libro de Mothma. Y así fue, un variopinto grupo de aventureros apareció y consiguió sacar el libro del sello que le protegía; tras aquello atacó, ayudado por los soldados caídos que le habían acompañado. Estos resultaron ser más un estorbo que una ayuda, por lo que Kristhö se vio, al rato, peleando él solo contra los ocho aventureros; para cubrir sus espaldas colocó una trampa a la salida, esperaba que la portadora del libro saliera corriendo de la gruta para ponerse a salvo, por lo que dejó un portal que daba, directamente, con las mazmorras del castillo del Rey Impostor.

Pero los planes nunca salen como se planean, y no fue quien llevaba el libro la persona que atravesó el portal, sino una Colosa que parecía proteger a la portadora. Estalló en miles de partículas esenciales y su cuerpo se recompuso en las mazmorras, era momento de improvisar y cambiar el plan, por lo que Kristhö atacó al grupo. Todo parecía ir bien hasta que le sorprendieron, peleaban muy bien como grupo, y eso no lo había calculado; le encerraron en una jaula de fuego, le estrangularon y todo parecía perdido... pero él era un hombre de recursos y consiguió escapar, instantes antes de que el Rey de los Felinos apareciera.

Oculto por una caja de piedra que había convocado, Kristhö tuvo que recurrir a la transportación esencial para salir de allí. Puede que contra aquellos mequetrefes tuviera una oportunidad (porque desde luego, no estaba vencido) pero contra el Rey de los Felinos, apenas podría mantener el mano a mano. Cuando regresó a su morada, bajó a ver a su nueva prisionera, durante dos días la torturó personalmente y consiguió que le diera toda la información que necesitaba: una Dragho era la “teórica” salvadora de la humanidad. Al parecer, era la portadora de las Esencias... seguro que a su señor, eso le encantaba.

Pero antes de eso, se dio un capricho... arribó con una pequeña tropa hasta el poblado natal de la Colosa y, obligándola a mirar, acabó con todos ellos. En aquel momento fue cuando el soldado llegó hasta su lado y le dio la noticia; no había tiempo que perder, ahora debía darle el aviso a su jefe, debían encontrar a aquella Dragho y acabar con ella. De nuevo, el transporte esencial funcionó a las mil maravillas y, los hombres que le acompañaban, y la propia Colosa, aparecieron frente al Rey Impostor.

— Majestad. El ejército Felino viene hacia aquí, al parecer entre ellos hay una Dragho que puede ser la persona de la profecía.
— La Portadora...

El Rey Impostor miró a la Colosa. Sabía que ella sería la clave para acabar con aquellas personas que se le oponían... y de paso, asegurarse, de una vez por todas, el control total de Geos.